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El tiempo que se va

Han pasado muchos meses. Un montón de semanas. Varios cientos de días. Y hasta hoy no he encontrado el momento de retomar el blog y encima ando casi desaparecida en las redes.

No hay una respuesta fácil a por qué he pasado todo este tiempo alejada de los lectores, amigos, compañeros…

Escribir es como ir al gimnasio. ¿Cuántos de vosotros os habéis apuntado y luego de ir un par de veces habéis abandonado bajo excusas más o menos ciertas? Parece que cuando dejas de ir un día, la siguiente clase de pilates se te hace muy lejana, y no digamos ya si abandonas unas semanas.

Llega un momento en que te da vergüenza, piensas que el resto de los alumnos tendrán un nivel altísimo y tú, perdido entre la vagancia del sofá y el cafetito de por la tarde, vas a verte ridículo vestido con ropa deportiva.

Algo así sucede con la escritura y sospecho que con casi todo en la vida.

Y como me conozco, intento mantener una férrea disciplina, con más o menos éxito según el día.

Después de publicar mi último libro retomé ese manuscrito que llevaba guardado en un cajón virtual de mi ordenador varios meses. Y ¡oh, sorpresa! Descubrí que tenía mil fallos. Comencé a corregir, me perdí en mil manchas de rotulador rojo, busqué ayuda de profesores, amigos, más amigos, más profesores… (Concha, qué haría sin ti)...  al final tenía una sensación en la garganta muy parecida a cuando estás a punto de abrir la puerta del vestuario del gimnasio para encontrarte con tus viejos compañeros.

Es ahora o nunca, me repetí mil veces. Y volví a cerrar la puerta otras tantas.

También he hecho otras muchas cosas, aquí va un pequeño resumen:

He leído libros estupendos. Cada día me gusta más L. Riley, he releído con una sonrisa Parque Jurásico y a otros como A. M. Matute o Murakami, y también he descubierto compañeros indie que me han dado muchas alegrías. Tengo un montón esperándome, parece que nunca terminaré mi lista de libros pendientes. Y aprovecho para volver a recomendar El tigre, un relato que vale muchísimo para disfrutar y para aprender.

He visto películas que no voy a olvidar en mucho tiempo. Qué grande Johny Cash, de verdad me ha cambiado la vida su película, y otras como Megalodón, madre mía qué tarde de gritos y risas en familia; también he encontrado pelis que en su momento no vi, y ahora por fin puedo opinar de El Padrino —todas—, Romeo y Julieta, La la land… y una obra tan especial como Dunkerque.

Os habréis dado cuenta de que no sigo ninguna línea, soy incapaz, siempre lo he sido. Por ahora lo que necesito son cosas positivas y hay mil libros y películas ahí fuera que te aportan una sonrisa. Para dramas, ya está la vida y por eso no me acerco ni con un palo a ciertas historias por más que me las recomienden.

Lo más importante lo dejo para el final: he aprendido a hacer varios tipos diferentes de peinados con trenzas, moños y recogidos juveniles, maquillaje de día, merengue suizo, bizcocho de oreo casero, estofado de alcachofas…

Y en todo eso se han ido estos meses y casi diez kilos. No recuerdo muy bien cómo apareció la palabra FIN en un manuscrito y, sin esperar, abrí otro archivo para seguir trabajando.

Y vosotros ¿qué habéis leído estos meses? ¿y qué películas? ¿preferís que hablemos mi truco para el merengue?

Gracias por tener tanta paciencia conmigo.

Feliz 2019.
No olvidéis que sois increíbles. 



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