La vida de un escritor no es nada fácil. Nuestra cabeza está llena de ideas, pequeñas lucecitas que de vez en cuando se disparan hasta la superficie y nos traen destellos de historias. Y tenemos que tirar del hilo, poco a poco, desenmarañar ese lío que se esconde bajo un torrente de cosas comunes como tareas, trabajo, familia, sueño, mucho sueño, y más trabajo.
No, no es nada fácil.
Necesitamos estar a solas nosotros mismos; y eso es complicado de explicar. Algunos de nosotros desarrollamos una habilidad muy curiosa: somos capaces de desconectarnos del mundo aunque estemos rodeados de miles de personas.
Para mí siempre ha funcionado de esa forma. Es como si mi cerebro se dividiera en dos. De golpe me encuentro charlando sobre las últimas noticias sobre la ola de calor en octubre y a la vez pensando en cómo mi protagonista pelea para salir viva de esa última locura que he ideado.
Reconozco que me encuentro muchas veces trabajando en dos mundos, ambos separados y estancos, con sus propias reglas y estaciones.
Los viajes en transporte público se convierten en momentos perfectos para imaginar nuevos mundos y pensar si hace frío en esa época del año o se puede hacer surf en la costa de Canadá en mayo. Si alguien llega tarde, ya no es importante, porque esos minutos son suficientes para pensar un diálogo.
Así que las esperas, las colas, todo eso que me molestaba antes tanto, se convierte en mi aliado.
Tampoco es fácil explicar por qué tengo que leer ese libro, justo ese, si no está de moda y además es antiguo. O ver ciertos documentales, apuntarme a conferencias de museos sobre el arte en el Imperio Romano e investigar sobre un barrio concreto en un país al que nunca he ido.
Todo eso no es fácil. Pero forma parte de la vida del escritor.
Y todo esto ¿para qué? Se pregunta mucha gente. Pues no lo sé exactamente. Porque puedo decir que mi economía no ha mejorado mucho y que lidiar con las redes sin salir con el corazón destrozado es bien difícil. Lo único que sé es que desde hace años invento historias, desde que puedo recordar he creado mundos imaginarios.
Tal vez un día consiga vivir económicamente de mis letras, no lo sé, pero lo que sí tengo muy claro es que gracias a esta manía mía de escribir, soy más feliz. Y eso, nadie puede quitármelo.
*PD: una amiga escritora, Arwen, me recomendó un libro de Stephen King llamado Cuando escribo. Para mí ha sido un gran regalo. He descubierto que se puede ser escritor aunque te dediques a llenar hojas en una autocaravana de veinte metros, que nadie puede permitirse dejar de leer y que nunca cuándo llegará tu momento, si es que llega. Y también que siempre, siempre, tienes que ser sincero.
No, no es nada fácil.
Necesitamos estar a solas nosotros mismos; y eso es complicado de explicar. Algunos de nosotros desarrollamos una habilidad muy curiosa: somos capaces de desconectarnos del mundo aunque estemos rodeados de miles de personas.
Para mí siempre ha funcionado de esa forma. Es como si mi cerebro se dividiera en dos. De golpe me encuentro charlando sobre las últimas noticias sobre la ola de calor en octubre y a la vez pensando en cómo mi protagonista pelea para salir viva de esa última locura que he ideado.
Reconozco que me encuentro muchas veces trabajando en dos mundos, ambos separados y estancos, con sus propias reglas y estaciones.
Los viajes en transporte público se convierten en momentos perfectos para imaginar nuevos mundos y pensar si hace frío en esa época del año o se puede hacer surf en la costa de Canadá en mayo. Si alguien llega tarde, ya no es importante, porque esos minutos son suficientes para pensar un diálogo.
Así que las esperas, las colas, todo eso que me molestaba antes tanto, se convierte en mi aliado.
Tampoco es fácil explicar por qué tengo que leer ese libro, justo ese, si no está de moda y además es antiguo. O ver ciertos documentales, apuntarme a conferencias de museos sobre el arte en el Imperio Romano e investigar sobre un barrio concreto en un país al que nunca he ido.
Todo eso no es fácil. Pero forma parte de la vida del escritor.
Y todo esto ¿para qué? Se pregunta mucha gente. Pues no lo sé exactamente. Porque puedo decir que mi economía no ha mejorado mucho y que lidiar con las redes sin salir con el corazón destrozado es bien difícil. Lo único que sé es que desde hace años invento historias, desde que puedo recordar he creado mundos imaginarios.
Tal vez un día consiga vivir económicamente de mis letras, no lo sé, pero lo que sí tengo muy claro es que gracias a esta manía mía de escribir, soy más feliz. Y eso, nadie puede quitármelo.
*PD: una amiga escritora, Arwen, me recomendó un libro de Stephen King llamado Cuando escribo. Para mí ha sido un gran regalo. He descubierto que se puede ser escritor aunque te dediques a llenar hojas en una autocaravana de veinte metros, que nadie puede permitirse dejar de leer y que nunca cuándo llegará tu momento, si es que llega. Y también que siempre, siempre, tienes que ser sincero.
Me ha encantado, Ángela. Lo secundo todo. Sobretodo lo de estar siempre en tu mundo a pesar de vivir en el mundo real. Y me uno a lo de que se puede ser escritor desde donde sea. Porque, cuándo se es escritor? Cuando has publicado un libro? Cuando has tenido éxito? Lo importante es creértelo tú y respetar tu trabajo.
ResponderEliminar